SOMOS UNO.
Un amor, que irradia sin límite, desde ti, Señor.
Un camino, con miles y miles de senderos, que tiende hacia
ti, Señor.
Un consuelo, a veces pudiera parecer muy lejano, de tu
corazón, Señor.
Un corazón, en pálpito humano, muy humano, resonante
contigo, Señor.
Un encuentro, a través de infinitos símbolos, contigo,
Señor.
Un impulso, inmenso, impelente hacia ti, Señor.
Un misterio, en tu presencia, Señor.
Un mundo, intenso, contradictorio, humano, enraizado en ti,
Señor.
Un peregrinar, de todos los humanos en su infinita variedad
de culturas, en tu horizonte, Señor.
Un reino, una energía, una comunión, contigo, Señor.
Un reposo, siempre tan empático y tan a mano, Tú, Señor.
Un rumbo, siempre cierto, siempre intuido entre nieblas, tu
nombre, Señor.
Un sentido, una certeza, un fulgor, allá, en lo inefable tan
real donde habitas, Señor.
Un significado, una respuesta, una propuesta, potente y
reconfortante, por tu testimonio, Señor.
Un silencio habitado, una comunión mística a la que todos
estamos llamados, en tu santidad, Señor.
Un tránsito inevitable donde nos reconocemos gracias a tu
mirada, Señor.
Un viaje tan ambiguo, tan sufriente, tan injusto, que tu
sanas, santamente, Señor.
Una apertura a lo que nos transforma, a lo que nos
plenifica, a lo que nos mejora, por ti, en ti, contigo, Señor.
Una comprensión profunda que nos cuenta entender con
nuestras solas fuerzas, Señor.
Una comunión universal, junto a ti, Señor.
Una diversidad inmensamente rica, inmensamente variada,
inmensamente humana, en tu búsqueda, Señor.
Una energía que nos fundamenta, nos vertebra, nos impele en
tu poder, Señor.
Una esperanza última en que llevarás razón, Señor.
Una espiritualidad alimentada con tantas intuiciones de los
ecos de santidad tuya, Señor.
Una existencia breve, tensa, complicada pero preñada de una
intuición que atraviesa los siglos, tu mirada de misericordia, Señor.
Una exploración en los enigmas, en los lenguajes, en los
símbolos que nos acercan a través de todas las culturas a ti, Señor.
Una fascinación, misteriosa e inevitable, llena de
destellos, hacia ti, Señor.
Una fe, dicha en tantas y tantas lenguas, en tantas y tantas
devociones, en tantos y tantos lugares y ritos sagrados, Señor.
Una fuente, maravillosa, nutriente, insondable, tu santidad,
Señor.
Una historia tantas veces demasiado humana, demasiado cruel,
demasiado injusta, a la que tú mirarás con ese poder salvador, Señor.
Una historia universal, implicada en ti, Señor.
Una humanidad infinitamente diversa y rica, ante ti, Señor.
Una palabra inicial, que acompaña, que plenificará, tu
palabra, Señor.
Una paz asombrosa, eterna, inconcebible para el
entendimiento humano, tu paz, Señor.
Una pertenencia al género humano, que tú lideras, acompañas
y santificas, Señor.
Una respiración cósmica en la que conspiramos con las
energías de tu aliento vital, Señor.
Una revelación, un fulgor, una luz, la de tui existencia,
Señor.
Una sed inmensa de ti, Señor.
Una sensibilidad inagotable tan capaz de intuir tu
fascinante misterio, Señor.
Una soledad en medio de las soledades de los que nos rodean,
una soledad que tú sanarás, Señor.
Una verdad, una belleza, un bien constantes, permanentes,
inagotables. Tú, Señor. Tú con nosotros, la humanidad.
Una humanidad que es una, por ti, en ti, para ti, Señor.